Los nuevos juguetes han envejecido al Cristina O, antaño amo de los mares. El mítico yate de Onassis fue restaurado por otro griego, John Paul Papanicolau, en 2002, para sacar brillo a unas moquetas donde habían bailado los protagonistas de la Guerra Fría. Si se anima, actualmente la semana de travesía sale por 400.000 euros, los que soltó el cantante Puff Daddy para subir a bordo a Penélope Cruz y Sarah Ferguson. Pero los versados en estas aguas afirman que el yate más exclusivo del mundo sigue siendo el Lady Moura. Sus armas: casino, quirófano, materiales nobles, maderas de caoba e iroko, sala de fiestas... y 60 tripulantes filipinos que agasajan a invitados como Bill Clinton. Pertenece a Mouna Ayoud, una libanesa ex esposa de un magnate del petróleo saudí, Nassir el Rashid, que al firmar el divorcio dio el pelotazo de su vida: 160 millones de euros, porque ella lo vale. El Rahal, del sultán de Bahrein, merece ser citado por sus 105 metros de puro barroquismo.
Contratos y fiestas. Se rumorea que algunos de los más sonados cambalaches de empresas y accionariados se han firmado en los bellos salones del Rising Sun, de Paul Ellison, dueño de Oracle. Y las mejores farras se celebran en el Octopus, del cofundador de Microsoft Paul Allen. Son 138 metros y 150 millones de euros invertidos en sala de conciertos, garaje para coches de lujo, cancha de baloncesto, estudio de grabación... Fabio Briatore , patrón de Renault, pone los pies en la mesa de su yate Force Bleu al lado de Aznar y familia, Agag incluido. Ron Denis, mandamás –venido a menos– de la escudería McLaren, se aísla de las peleas de sus pilotos en Kogo (44 millones de euros). Hay lugar para los veleros, como el Maltese Falcon, el más enorme de los de su género y que se ha enseñoreado por la Valencia de la Copa del América. Una preciosa bestialidad.
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